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viernes, 7 de febrero de 2014

Trato humano para los "enfermos" mentales

Aquí os dejo algunos fragmentos del libro "Modelos de Locura", de Read John:


...lo difícil que es hacer que los psiquiatras se conciencien del hecho evidente de que la gente pierde el juicio debido a malas experiencias.

(…)


los que pierden el juicio necesitan más de su prójimo que de complejas terminologías médicas o tranquilizantes.


(…)



Hacía tres días que aquel hombre estaba en la sala de observación sin abrir los ojos. Casi nada. Por mucho que los médicos intentasen descubrir qué le ocurría, el «síndrome de los ojos cerrados» no figura- ba en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Una noche, hacia las dos de la mañana, más por aburrimiento que por procedimiento clínico, le pregunté la razón de su negativa a abrir los ojos. Súbitamente los abrió, acercó su cara a la mía de manera in- quietante y me dijo: «¡Ya era hora de que alguien me preguntara eso de una vez, imbéciles! Me habéis traído aquí para hacer un insight, pues ¡eso es lo que he estado haciendo, joder!».
Unos momentos antes de mi primera sesión semanal de terapia de grupo, se me acercó una señora entrada en años y me comunicó que no iba a hablar en la sesión porque sabía que todo lo que había di- cho en el pasado se había tomado como un «síntoma» y se había uti- lizado contra ella. Me dijo que no quería que me sintiera ofendido por su silencio (creo que se dio cuenta de mi nerviosismo). Tras la se- sión, me reuní con el equipo que evaluaba el comportamiento de los pacientes dentro del grupo: su silencio fue tomado como un signo ine- quívoco de paranoia.
Me encontraba reconociendo a una adolescente, lo que implica- ba que tenía que encerrarme con ella en la «habitación tranquila», habitualmente el lugar más ruidoso del centro, para asegurarme de que no intentaría autolesionarse. No había dicho ni una palabra en se- manas. Padecía esquizofrenia catatónica. Lo intenté con un «me pare- ce perfecto si decides no hablar pero te escucharé si quieres hacerlo». Silencio absoluto. Al día siguiente pronunció una palabra: «Fui». Al si- guiente no dijo palabra. En días sucesivos dijo «por», «mi» y «padre». Según supe después, la palabra que faltaba era «violada».
Gracias, Emma, por haber hecho posible que este libro vea la luz. Gracias también a todas las personas que los psiquiatras denominan «esquizofrénicos» por haber conñado en mí y por haberme abierto las puertas a su psicosis y a las causas que la producen. Gracias igual- mente a todos los pacientes, cuidadores y personal diverso de la salud mental, entre ellos los magníficos colaboradores de este libro quie- nes, a pesar de las muchas dificultades, no han dejado de creer en que cuando uno ha perdido el juicio necesita que las personas sean eso, personas.
 John Read Auckland, junio de 2003

"Los psiquiatras con los que trabajé en Sheffield no diferían mucho de los del resto del Reino Unido, que creían firmemente que la cau- sa de numerosas enfermedades mentales era física. Comentarios de pacientes tales como «He estado deprimido desde que mi padre mu- rió» o «No he hablado con mi hermano en veinte años», que en Syd- ney habrían sido objeto de debate en cualquier conferencia, eran com- pletamente ignorados por los psiquiatras británicos excepto para determinar el inicio de la enfermedad. Si una psicóloga entusiasta re- cién llegada «de las colonias» comentaba algo sobre el significado de tales afirmaciones, lo único que recibía como recompensa era un des- precio generalizado." Dorothv Rowe.

(…)
Las investigaciones que recogemos en este libro confirman nues- tro convencimiento de que un cambio radical que permita pasar de las infundadas ideologías y tecnologías biogenéticas a un enfoque más realista que se base en preguntar a los pacientes qué les ha pasado y qué necesitan, favorecerá nuestros esfuerzos por comprender y ayu- dar a las personas que sufren los «síntomas de la esquizofrenia».
 Quizá lo más cruel de todo es que, al considerar que la «esquizo- frenia» es una enfermedad y, por lo tanto, que las experiencias y las circunstancias \itales no pueden tener ninguna relación con su origen, se ha llegado a la atroz conclusión de que no se puede hacer nada para prevenirla. La psiquiatría biológica, en vez de presionar a los gobier- nos para que destinen fondos para crear programas de prevención pri- maria que permitan mejorar la calidad de vida de los niños, los ado- lescentes y sus famihas, proporciona a los políticos la excusa perfecta para no hacer nada.
Durante las últimas décadas del siglo xx, la creciente medicalización de las angustias humanas, hábilmente inducida por la publicidad de las em- presas farmacéuticas, se extendió sin límites. Lo que hasta el momen- to se había conocido como preocupación y tristeza, pasaron a cono- cerse como «trastornos de ansiedad» y «enfermedades depresivas» con el objetivo de comercializar los tranquihzantes y los antidepresi- vos. Millones de niños están tomando anfetaminas para tratar sus pro- blemas de concentración. Millones de ancianos descansan en «resi- dencias» tras haber sido tranquilizados. Miles de personas reciben todavía electrochoques en el cerebro para causar conxailsiones bajo el nombre de «tratamientos psiquiátricos».
(…)
Lo mejor que nos puede pasar es... tener un amigo de confianza a quien poder confiar nuestros secretos con libertad y sinceridad; no existe nada más deleitoso y placentero para la mente que encontrar un corazón dispuesto en el que poder verter nuestros secretos y en cuya conciencia confiemos tanto como en la nuestra, cuyo discurso sea capaz de serenar nuestro desamparo, proporcionamos alivio, expeler nuestro duelo con alborozo, y cuya mera visión nos resulte grata.
(Burton 1621: 108-9)
Sin embargo, pocos europeos podían disfrutar de una experiencia tan terapéutica como ésta, puesto que muchos de ellos, a modo de tratamiento médico, se encontraban encerrados bajo llave, sobreexcita- dos, purgados o drogados.



Sara Morís González
Psicólogo en Gijón 
www.psicologogijon.com
Tel. 671782032

domingo, 22 de diciembre de 2013

El caso de Bruce

Sara Morís González
Psicólogo y Coach en Gijón 
www.psicologogijon.compsicologa gijon, psicología, gijón, asturias, problema psicológico, solución, terapia, psicoterapeuta, terapia familiar. 
Bruce, al que se le había diagnosticado una esquizofrenia unos 8 años atrás, vino a mi consulta con sus padres, Richard y Mim. Tam- bién asistió a la sesión la hermana menor de Bruce, Eileen. Mim y Richard estaban preocupados por el rumbo que estaba tomando la vida de su hijo. Aunque su estado era estable, se había aislado completamente. Rara vez salía de su dormitorio, y se escondía de las visitas.

Al final de la primera entrevista, Bruce pensaba que estaba listo para incrementar su propia influencia. Planeaba llamar por teléfono al coordinador de un grupo de encuentros y concertar una cita. Se le había facilitado el número de teléfono de este coordinador en repetidas ocasiones, pero nunca se había sentido capaz de hacer la llamada. Llevaba cinco años sin atender al teléfono, y por supuesto sin hacer nin- guna llamada. Involucré a Bruce y a sus padres en un debate acerca de si estaba o no listo para telefonear, y me pregunté en voz alta si no sería más inteligente que diera antes algunos pasos previos que le pre- pararan para dar este paso. Sin embargo, Bruce estaba convencido de que estaba preparado para hacer la llamada.

Cuando la familia volvió a la siguiente entrevista, pedía sus miem- bros que me pusieran al día de lo que había pasado. Al parecer no ha- bía sucedido nada. Las cosas estaban «igual». Sólo mediada la sesión recordé la decisión de Bruce de llamar al coordinador del grupo. ¿Ha- bía hecho la llamada? «Sí», dijo, y pasó a hablar de otro tema. Eché un vistazo a mi alrededor. Todos parecían estar pensando en otras cosas, estar en mundos diferentes. Era comprensible que no esperaran que pudiera ocurrir nada diferente.

«Espera, espera», dije, «¿He oído lo que creo haber oído?» «¿El qué?», dijo Bruce. «Tal vez la esquizofrenia sea contagiosa y estoy oyendo voces.» Había conseguido captar la atención de Bruce. «¿Qué?», preguntó, perplejo. «Bueno, por un momento he pensado que habías dicho que habías llevado a cabo esa llamada.» 

«No estás oyendo voces; eso es lo que he dicho», dijo Bruce para tranquilizarme. «¡Entonces dímelo otra vez, pero un poco más alto, para que pueda asimilar esta novedad!» Y eso fue lo que hizo. Me disculpé, diciendo que realmente no esperaba ese avance, y luego le pregunté si le importaba volver a darme la noticia. 

Eso hizo, y entonces simulé caerme de la silla ante semejante novedad.

A Bruce esto le hizo mucha gracia. Ahora todo el mundo estaba atento a los progresos de la vida de Bruce. «¿Quién más de los aquí presentes no estaba preparado para esta novedad?» 

«¿Alguien más se ha sorprendido de esto?» Richard reflexionó sobre estas preguntas, v se dirigió a Mim: «Pensándolo un poco, es bastante sorprendente, ¿no?». Mim se unió enseguida a aquel espíritu de estupor y empezó a preguntar a Bruce sobre las circunstancias que habían rodeado esa conducta inesperada. 

Durante los siguientes 30 minutos, empujados por nuestra curiosidad, hicimos preguntas a Bruce y especulamos so- bre la importancia de ese logro. Yo recogí las preguntas, las respuestas y las especulaciones que habíamos realizado, y le mandé a la familia un resumen en forma de carta.

En nuestra siguiente sesión, un mes más tarde, me informaron nada más empezar que Bruce había sorprendido a Mim en dos ocasiones. Puesto que sólo disponíamos de una hora para esta entrevista, no pasamos a investigar en profundidad los sucesos que habían dado lugar a estas dos sorpresas ni todo su significado. 

A lo largo de las entrevistas subsiguientes, todos seguimos yendo «por detrás» de los avances de Bruce, pese a nuestros esfuerzos por mantenernos al día respecto a sus progresos. 

Fuente: MEDIOS NARRATIVOS PARA FINES TERAPÉUTICOS. Michael White y David Epson.
Sara Morís González
Psicólogo y Coach en Gijón 
www.psicologogijon.com