domingo, 13 de octubre de 2013


Haz que tu cabeza trabaje a favor tuyo y poco a poco adquirirás la costumbre de no molestarte cuando las cosas vayan mal.
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Wayne W. Dyer (1940-?) Escritor estadounidense.

Sara Morís González
Psicólogo y Coach en Gijón 
www.psicologogijon.com

jueves, 3 de octubre de 2013

Utilizando las habilidades del cuerpo

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Fragmento del libro Guía Breve de Terapia Breve.


 Una mujer recurrió a la terapia porque padecía verrugas persistentes,
localizadas sobre todo en las manos. 

Un dermatólogo la había
tratado durante dieciocho meses, o se las extirpó con crioterapia. No
obstante, este método tenía efectos secundarios desagradables, y las
verrugas seguían reapareciendo. 

Pidió hipnosis, pues le habían dicho
que de ese modo se curan las verrugas. Después de ayudarla a entrar
en trance, el terapeuta le habló sobre las acequias utilizadas en Arizona
para hacer llegar agua a las plantaciones, con una tubería para cada
surco. Cuando se retiraba la tubería del surco, el sol del desierto quemaba
las malezas, que eran más vulnerables que los cultivos. 

Del mismo
modo, se le dijo, el cuerpo sabía regular el flujo sanguíneo y retirarles
el riego sanguíneo a las verrugas, manteniendo viva la piel. Se le
encargó la tarea de sumergir los pies en el agua más caliente que pudiera
soportar durante quince minutos, y después reemplazarla por el agua
más fría que tolerara, durante otros quince minutos. 

Con éstas y otras
analogías (por ejemplo el proceso automático del rubor, el modo en
que la sangre confluye en la zona digestiva después de comer, etcétera)
se procuró ayudar a esta mujer a transferir su aptitud para modificar
el flujo sanguíneo a la eliminación de las verrugas. 

Tres sesiones
de este tipo de tratamiento bastaron para eliminarlas, y el seguimiento
regular durante varios años indicó que no se había producido recurrencia.

Sara Morís González
Psicólogo y Coach en Gijón 
www.psicologogijon.com

Mal comportamiento


 Fragmento del libro Guía Breve de terapia Breve. Cade, O'Hanlon.

 Los padres de una niña de 13 años la controlaban constantemente.
La consideraban poco fiable y cooperativa, agresiva, perezosa e inútil.

Aunque la niña no demostraba tener ninguna motivación para la terapia,
empezó a interesarse cuando el terapeuta le preguntó si estaba dispuesta
a hacerles trampa a sus padres. Con eso estuvo de acuerdo enseguida.

Se le pidió que en la quincena siguiente hiciera algunas cosas
que ella sabía de cierto que les agradarían. Pero iba a hacerlas de un
modo tal que ellos lo ignoraran todo. No dejaría entrever nada, aunque
la interrogaran. Tenía que negar que había hecho algo, aunque
ellos lo conjeturaran correctamente.

 Mientras tanto, los padres tendrían que empeñarse en descubrir
qué había hecho su hija, y llevar una lista escrita. Al respecto, podían
conversar entre sí, pero no preguntarle a ella.

En la sesión siguiente, la niña fue entrevistada por separado. Admitió
que, en realidad, no había intentado hacer nada, pero las cosas habían
marchado mucho mejor entre ella y sus padres. Éstos, por su lado, presentaron
una larga lista de lo que creían haber detectado en la conducta
de su hija, destinado a agradarles.

Aparentemente, aunque la jovencita no hizo lo que se le había sugerido,
en sus pautas de conducta normales había suficientes actos no
confrontativos, cooperativos, que por lo general pasaban inadvertidos,
como para que los padres tuvieran la sensación de que las cosas cambiaban.

Desde el punto de vista de la hija, la vigilancia constante de los
progenitores, contra la cual ella por lo común se rebelaba, había adquirido
un nuevo significado como intento de descubrir pruebas de buena
(y no mala) conducta.

Sara Morís González
Psicólogo y Coach en Gijón 
www.psicologogijon.com