...lo difícil que es hacer que los psiquiatras se conciencien del hecho evidente de que la gente pierde el juicio debido a malas experiencias.
(…)
los que pierden el juicio necesitan más de su prójimo que de complejas terminologías médicas o tranquilizantes.
(…)
Hacía tres días que aquel hombre estaba en la sala
de observación sin abrir los ojos. Casi nada. Por mucho que los médicos
intentasen descubrir qué le ocurría, el «síndrome de los ojos cerrados» no
figura- ba en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales. Una noche, hacia las dos de la mañana, más por aburrimiento que
por procedimiento clínico, le pregunté la razón de su negativa a abrir los
ojos. Súbitamente los abrió, acercó su cara a la mía de manera in- quietante y
me dijo: «¡Ya era hora de que alguien me preguntara eso de una vez, imbéciles!
Me habéis traído aquí para hacer un insight, pues ¡eso es lo que he
estado haciendo, joder!».
Unos momentos antes de mi primera sesión semanal de
terapia de grupo, se me acercó una señora entrada en años y me comunicó que no
iba a hablar en la sesión porque sabía que todo lo que había di- cho en el
pasado se había tomado como un «síntoma» y se había uti- lizado contra ella. Me
dijo que no quería que me sintiera ofendido por su silencio (creo que se dio
cuenta de mi nerviosismo). Tras la se- sión, me reuní con el equipo que
evaluaba el comportamiento de los pacientes dentro del grupo: su silencio fue
tomado como un signo ine- quívoco de paranoia.
Me encontraba reconociendo a una adolescente, lo
que implica- ba que tenía que encerrarme con ella en la «habitación tranquila»,
habitualmente el lugar más ruidoso del centro, para asegurarme de que no
intentaría autolesionarse. No había dicho ni una palabra en se- manas. Padecía
esquizofrenia catatónica. Lo intenté con un «me pare- ce perfecto si decides no
hablar pero te escucharé si quieres hacerlo». Silencio absoluto. Al día
siguiente pronunció una palabra: «Fui». Al si- guiente no dijo palabra. En días
sucesivos dijo «por», «mi» y «padre». Según supe después, la palabra que
faltaba era «violada».
Gracias, Emma, por haber hecho posible que este
libro vea la luz. Gracias también a todas las personas que los psiquiatras
denominan «esquizofrénicos» por haber conñado en mí y por haberme abierto las
puertas a su psicosis y a las causas que la producen. Gracias igual- mente a
todos los pacientes, cuidadores y personal diverso de la salud mental, entre
ellos los magníficos colaboradores de este libro quie- nes, a pesar de las
muchas dificultades, no han dejado de creer en que cuando uno ha perdido el
juicio necesita que las personas sean eso, personas.
John
Read Auckland, junio de 2003
"Los psiquiatras con los que trabajé en Sheffield no
diferían mucho de los del resto del Reino Unido, que creían firmemente que la
cau- sa de numerosas enfermedades mentales era física. Comentarios de pacientes
tales como «He estado deprimido desde que mi padre mu- rió» o «No he hablado
con mi hermano en veinte años», que en Syd- ney habrían sido objeto de debate
en cualquier conferencia, eran com- pletamente ignorados por los psiquiatras
británicos excepto para determinar el inicio de la enfermedad. Si una psicóloga
entusiasta re- cién llegada «de las colonias» comentaba algo sobre el significado
de tales afirmaciones, lo único que recibía como recompensa era un des- precio
generalizado." Dorothv Rowe.
(…)
Las investigaciones que recogemos en este libro
confirman nues- tro convencimiento de que un cambio radical que permita pasar
de las infundadas ideologías y tecnologías biogenéticas a un enfoque más
realista que se base en preguntar a los pacientes qué les ha pasado y qué
necesitan, favorecerá nuestros esfuerzos por comprender y ayu- dar a las
personas que sufren los «síntomas de la esquizofrenia».
Durante las últimas décadas del siglo xx, la
creciente medicalización de las angustias humanas, hábilmente inducida por la
publicidad de las em- presas farmacéuticas, se extendió sin límites. Lo que
hasta el momen- to se había conocido como preocupación y tristeza, pasaron a
cono- cerse como «trastornos de ansiedad» y «enfermedades depresivas» con el
objetivo de comercializar los tranquihzantes y los antidepresi- vos. Millones
de niños están tomando anfetaminas para tratar sus pro- blemas de
concentración. Millones de ancianos descansan en «resi- dencias» tras haber
sido tranquilizados. Miles de personas reciben todavía electrochoques en el
cerebro para causar conxailsiones bajo el nombre de «tratamientos
psiquiátricos».
(…)
Lo mejor que nos puede pasar es... tener un amigo
de confianza a quien poder confiar nuestros secretos con libertad y sinceridad;
no existe nada más deleitoso y placentero para la mente que encontrar un
corazón dispuesto en el que poder verter nuestros secretos y en cuya conciencia
confiemos tanto como en la nuestra, cuyo discurso sea capaz de serenar nuestro
desamparo, proporcionamos alivio, expeler nuestro duelo con alborozo, y cuya
mera visión nos resulte grata.
(Burton 1621: 108-9)
Sin embargo, pocos europeos podían disfrutar de una
experiencia tan terapéutica como ésta, puesto que muchos de ellos, a modo de
tratamiento médico, se encontraban encerrados bajo llave, sobreexcita- dos,
purgados o drogados.
Sara Morís González
Psicólogo en Gijón
www.psicologogijon.com
Tel. 671782032