viernes, 16 de mayo de 2014

LA ATENCIÓN DE LA DESATENCIÓN. UNA MIRADA CRÍTICA SOBRE EL TDAH.


Alfredo Waisblat Wainberg: Psicólogo. Especialista en la Metodología de los Procesos Correctores Comunitarios (ProCC). Miembro del equipo docente y coordinador del área clínica del Centro de Desarrollo en Salud Comunitaria “Marie Langer”.

Introducción.

El Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) atrapa hoy
con insistencia nuestra mirada, y la dirige cada vez más a una concepción de
origen neurológico y a tratamientos medicamentosos, obturando otras
interrogaciones acerca de lo que se trata.
En los talleres que realizamos para padres y madres con hijos/as con
diagnóstico de TDAH, el nivel de confusión, de agobio, de impotencia, de culpa
que traen, solo se puede comparar con la intensidad de los pedidos de ayuda,
desde la necesidad de “controlar” al niño/a y controlarse, o de poseer recetas y
trucos para poder operar con un niño que está “en su mundo” o que “no para
quieto.”
Traen escenas de niños desplegadas en los espacios más diversos:
niños/as que no se pueden quedar quietos un segundo mientras comen, que se
pelean con amiguitos en el parque, sin capacidad de espera para la apertura de
un paquete de patatas, niños/as que en el cole no se enteran de nada, y que
son sentados mirando la pared o pegados al escritorio de la profe.
Pero también traen adultos que van corriendo detrás de ellos
justificándolos y regañándolos, que dicen frases como “le termino de dar de
comer yo, sino me hace llegar tarde al trabajo”, “estarle encima me agota, es
un sin vivir”, “lo termino de vestir yo porque si no llegamos tarde a todos lados”.
Profesores desbordados, agobiados y sin recursos: “¡Mira lo que estás
haciendo, no te enteras de nada! grita la profe mientras el niño no se entera de
nada”, “¡ya no se qué hacer con él!, lo premio, lo castigo y le da igual”. Un
profesor nos decía que hoy en el aula tiene más TDAH que alumnos.
Es claro que estos niños y niñas son reales y que las escenas que traen
los padres y madres las vemos día a día en la vida cotidiana. Lo que no está
del todo claro es por qué para atender esta realidad se estructura un “trastorno”
cuya única terapéutica es una medicación sintomática y respecto de la cual,
hasta los mayores valedores de la existencia del cuadro, reconocen que no hay
pruebas que puedan certificar la presencia de un trastorno neurológico. Es
importante no perder de vista que los niños/as diagnosticados con TDAH “no
vienen solos”, sino que están acompañados y solapados por padres y
profesores agobiados, desconcertados, así como profesionales de la salud
mental que no dan abasto en su consulta y que muchas veces no cuentan con
los recursos alternativos a la medicación aunque a veces se lo cuestionen
¿Cómo encaja esto con un tratamiento solo centrado en el niño/a?

Una posición.

Para posicionarnos frente a este “fenómeno masivo” partimos de la
concepción de la construcción socio-histórica de la subjetividad. Desde la
Metodología de los Procesos Correctores Comunitarios-ProCC sostenemos
que (Cucco, 2006) “el proceso de devenir sujeto psíquico es fruto de una
construcción histórico-social, frente a saberes hegemónicos que dan cuenta de
un hombre abstracto, ahistórico, de un hombre en general”. Entendemos lo
subjetivo como un derivado de la actividad del sujeto, que se forma y cambia
en el proceso de transformación del mundo exterior.
Podemos pensar ¿Qué relación tiene la irrupción del TDAH con la
sociedad que habitamos y construimos? ¿Tendrán algo que ver los
emergentes que pone el TDAH sobre la mesa con una forma de construir la
subjetividad en nuestros días?
La clausura que se opera sobre estos cuestionamientos produce la
consideración del TDAH como algo que un niño/a porta de manera individual y
que irrumpe generando trastornos en los distintos escenarios que transita, y por
tanto el diagnóstico y la terapéutica apuntan a aplacar a un niño disfuncional.

Cuestionando guiones.

Para que las características de estos niños entren dentro de la categoría
de lo patológico, es necesario crear un cuadro en el que puedan caber muchas
cosas. El DSM IV (manual diagnóstico y estadístico) abre un cajón bastante
grande para ello.
Creemos que este cuadro está sobrediagnosticado y que ello responde
tanto al tipo de protocolos que se utilizan para realizar el diagnóstico, como a
ciertas características del manual y hasta un mal uso de las mismas.
Hay una serie de críticas con respecto a la definición del trastorno en el
DSM IV, una de ellas es la de no considerar de manera suficiente la diferencia
entre trastorno y enfermedad. Decíamos al comienzo que no hay un elemento
diagnóstico que señale una etiopatogenia, por lo tanto no puede considerarse
una enfermedad. Sí un trastorno, que es una asociación fenomenológica y
estadística de ciertos síntomas que aparecen asociados.
“Si bien el DSM IV habla de trastornos, a menudo su categorización
considera el conjunto de síntomas como si fuera una enfermedad, y se infiere
que a igual enfermedad igual terapéutica” (Tallis, 2005, p.190).
“¿Qué diríamos de un médico que a partir de una cefalea diagnosticara
siempre lo mismo y por lo tanto recurriera invariablemente a la misma
medicación? (Punta, 2007, p.50)
Por otra parte Tallis (2005, p.200), nos alerta: “El mal uso del manual
contribuye al sobrediagnóstico, ya que la mayor parte de los profesionales
omite la aplicación de los ítems B, C , D y E, en donde se pide que la
afectación se dé por lo menos en dos áreas (casa, escuela), que el deterioro
sea significativo en el área social o académica y que los síntomas no se
presenten en pacientes autistas y psicóticos (¡cuántos de estos pacientes
hemos visto tratados con metilfenidato!), y en otros cuadros de vertiente
neurótica. Inclusive señala la dificultad que existe en los niños pequeños para
diferenciar lo normal y lo patológico”, (recomendamos leer los criterios
mencionados).
Los Cuestionarios de Conners son un instrumento compuesto por una
serie de ítems que se desarrollan alrededor de los principales síntomas del
trastorno. Estos deben ser rellenados por los padres y por los maestros,
quienes desde su criterio y observación deben calificar las conductas del niño
dentro de los parámetros, nunca, poco, bastante, mucho. Está claro que la
valoración de los distintos ítems, responderá a la subjetividad y estado de
ánimo de quién establezca los parámetros. Baste como ejemplo, la experiencia
realizada en un hospital de Argentina, desde el cual se le pidió a los colegios
de la zona que aplicasen este instrumento a sus propios alumnos, dando el
impresionante resultado de un 48% de incidencia del trastorno. (Dueñas, 2007,
p.77)
Compartimos la idea de muchos autores que se oponen a este
reduccionismo neurológico. Como queda dicho en el Consenso de expertos
(2004) “Así, se rotula, reduciendo la complejidad de la vida psíquica infantil a
un paradigma simplificador. En lugar de un psiquismo en estructuración, en
crecimiento continuo, en el que el conflicto es fundante y en el que todo efecto
es complejo, se supone, exclusivamente, un "déficit" neurológico”. (Berger, M,
2005; Janin, B, 2004; Rodulfo, R, 1992; Breeding J, 1996).
Janín (2005, p.41) dice: “Así, si sostenemos la hipótesis de que estas
dificultades expresan trastornos en la estructuración de la subjetividad, en
algunos casos en la libidinización del mundo, en otros en la construcción de la
curiosidad, o son un trastorno narcisista, se plantea la necesidad de reformular
la terapéutica. Especialmente de tener recursos para tratar a cada niño con
aquello que en él determina su trastorno”.
Remitimos a una preciosa descripción que realiza la autora sobre distintas
posibilidades de conflictos intrapsíquicos e intersubjetivos que determinan la
manifestación de trastornos de la atención (2005, p.58 a 67)
Pero estos comportamientos que existen, los pensemos desde el rescate
de la subjetividad de los niños y niñas y/o desde un componente biológico, no
alcanzarían para dar cuenta de las dificultades del 48% de la población escolar.
Esto nos hacen preguntarnos: ¿Qué denuncian estos niños y niñas? ¿Cuáles
pueden ser los nuevos malestares que se generan desde el sistema social en
el que vivimos y que tienen importantes incidencias en las pautas de crianza y
la construcción subjetiva?

Pensando la Normalidad Supuesta Salud y la construcción subjetiva.

El psiquismo humano lleva un complejo y precioso proceso donde el niño
tiene que ir construyendo sus capacidades en relación con otros humanos.
Cucco (2009) sintetiza este proceso: “Es esencial el papel que en los
vínculos tempranos ocupa este proceso de fusión-separación y lo transicional,
ya que permite el pasaje de un estado de indefensión-dependencia, a un
estado creciente de autonomía, que va conformando la capacidad de
representarse como separado y diferenciado. El niño va adquiriendo, en este
proceso, la noción de realidad como espacio exterior no reductible al propio,
encontrando a su vez el yo su unidad y su límite. En este sentido definimos el
proceso de crecer (Cucco, 1993) “como un camino de sucesivos
desprendimientos hacia la autonomía desde cada nueva capacidad adquirida”.
Este primer momento de fusión implica una identificación perfecta entre
las necesidades del bebé y la acción del adulto primordial que va a darle
respuesta. Winnicott nos dice que a través de la “preocupación maternal
primaria”, la madre ilusiona de omnipotencia al bebé, poniendo el pecho en el
momento y el lugar exacto que el niño lo espera. De este modo le da la
posibilidad de creer que él mismo ha creado el objeto exterior. Hablamos de
objeto exterior desde el punto de vista del adulto, ya que para el bebé, no hay
diferencia entre el yo y el no yo, entre la realidad y la fantasía y entre el yo y el
otro. No hay diferencia entre el tiempo de aparición de la necesidad y el tiempo
de la satisfacción, ambos tiempos coinciden.
Para que el psiquismo pueda seguir su construcción, deben entrar en
juego los límites como estructurantes del mismo. De ese modo, la madre al no
responderle de manera inmediata, genera una separación entre la aparición de
la necesidad y el tiempo de la satisfacción, se crea una brecha que obliga a un
movimiento en el aparato psíquico: aparecen los rudimentos de la diferencia
entre el yo y el no yo, entre la realidad y la fantasía, y entre el yo y el mundo.
El niño puede hacer el duelo de la omnipotencia perdida y tomar a su
cargo la capacidad de sostén que antes estaba fuera: se identifica con lo
perdido y gana en valor y en autoestima. Ha ganado un nuevo lugar, se ha
operado un desprendimiento fundamental.
Esto que vemos muy esquemáticamente en el bebé, se juega de manera
constante en todo el proceso de crecer. En el momento que surge una nueva
habilidad para hacerse cargo de sí mismo, es imprescindible no hacer de más
para que el niño o la niña puedan desarrollar sus nuevas habilidades, hacer los
duelos pertinentes y a su vez ir incrementando la valoración del yo y
enriqueciendo sus relaciones con la realidad y con los otros.
Sin embargo, ¿cómo se hace esto hoy día? Dice Cucco (2012): “Desde
nuestra praxis observamos en primer lugar un grado importante de
desconocimiento de estos procesos que deberían constituir un saber básico y
necesario de la población en general. Y por otro lado, indicadores actuales
como la fragilidad narcisista y la inhabilidad en el sostenimiento de un vínculo,
el cortoplacismo, la inmediatez y la descualificación de lo procesual, el vacío de
normas y la futilidad del esfuerzo, la pérdida de sentido, etc., no garantizan que
los adultos primordiales sean capaces de reacomodar permanentemente su
lugar, acorde a los avances de la creciente autonomía del niño/a y haciendo un
buen ejercicio de la autoridad. Más bien hoy muchos adultos actúan desde la
sobreprotección y desde las promesas de abastecimiento absoluto y abdican
de su lugar y los niño/as “todo lo que quieren pueden conseguirlo”,
desajustando sus lugares, en lugar de “todo lo que el niño/a puede tiene que
hacerlo”, cabe preguntarse ¿qué sucede entonces con la construcción de ese
psiquismo?
A partir de la realidad social actual y su incidencia en la crianza, a modo
de ejemplo y desde el tema que nos ocupa, podemos plantear la presencia en
la subjetividad de niños y niñas de hoy de dificultades en la tolerancia a la
frustración y capacidad de espera, dificultad en la aceptación de normas,
dificultad con la idea de proceso, dificultad en la capacidad de esfuerzo, lo que
conlleva grados importantes de impulsividad, agresividad, descentramiento,
dificultades en los aprendizajes, en la autoestima, etc.
Para situar estos malestares desde la Metodología de los Procesos
Correctores Comunitarios, definimos el concepto de “Normalidad Supuesta
Salud” (Cucco, 2006, p.32) como “aquellos malestares que la gente sufre y
habitualmente no analiza ni cuestiona porque los considera normales. Aquellos
que no generan demanda explícita, no tienen interlocutor válido, engrosan la
cultura de la queja y para los cuales no existe un campo de intervención
específico; brindándose las respuestas habituales desde enfoques
terapéuticos-asistenciales que, o bien tienden a medicalizarlos, psiquiatrizarlos
o categorizarlos como pertenecientes a grupos de riesgo social; o bien a
incluirlos en acciones preventivas inespecíficas, quedando la mayor parte de
las veces en tierra de nadie”.
Vemos entonces, como pautas de crianza “normalizadas” como las
analizadas anteriormente generan un tipo de subjetividad que encaja en los
parámetros que describe el TDAH. Cucco (2009) relata cómo en un taller de
profesores decían “los chicos de hoy en día hablan mucho, escuchan poco y
piensan nada”. No se referían a los niños con diagnóstico de TDAH, sino a “los
niños”. Son dificultades que no entran dentro del campo de lo patológico, pero
si están presentes por vía extensa en la vida cotidiana, cobrándose altos
costos.
Cada formación económico-social produce el sujeto ideológico buscado
apto para su continuidad y desarrollo. Este sujeto es construido mediante
discursos y prácticas sociales que constituyen guiones que se hacen carne en
personas concretas en la vida cotidiana. Como señala Cucco (2006 p.8) estos
guiones: “promueven paso a paso la distorsión de cada pauta de crianza; se
enseña a hacer de más y no lo que el niño necesita; se dificultan las
separaciones necesarias; la elaboración de los duelos; los límites articuladores
de los nuevos lugares para lograr un sujeto independiente. Así, se cancelan
separaciones, hay adultos dispuestos a proveerle todo”
Desde las reflexiones anteriores, cuando trabajamos en los talleres con
padres y madres, una pregunta que nos guía en la tarea es: ¿qué es específico
del TDAH y qué de la Normalidad Supuesta Salud?

Conclusión.

En nuestra praxis observamos los cambios que se operan en los
participantes de los talleres al entender que las condiciones de sociabilidad de
hoy, generan un iceberg cuya base oculta y no cuestionada es la Normalidad
Supuesta Salud y la punta, lo que aflora de esto en determinadas
circunstancias es lo que aparece rotulado como TDAH. La existencia real de
esta base es una de las causas que permiten el sobrediagnóstico.
Lasa Zulueta (2007) marca algo que no debemos perder de vista:” la
tozuda persistencia y la universalidad con que, le llamemos como le llamemos,
se presentan en nuestra consulta niños que sufren de manifestaciones claras
de un sufrimiento psicológico que se manifiesta en sus síntomas y en su
comportamiento y que repercute en sus capacidades y su trayectoria evolutiva,
tanto a nivel personal, como familiar y social, porque también afecta a la
organización de su psiquismo y su personalidad”.
Nuestro trabajo no intenta negar esta realidad y lo duro del abordaje para
los distintos actores, sino justamente enriquecer la mirada sobre la concepción
y elucidación de lo que sucede, incorporando el concepto de “Normalidad
Supuesta Salud” y su incidencia en las pautas de crianza naturalizadas. A
través del método de Grupo Formativo y la implementación del Programa
ProCC “La atención de la desatención. Taller para padres y madres”, damos
respuesta a esta necesidad.
Desde todos los planteamientos desarrollados reafirmamos la necesidad
de un proceso interdisciplinar de diagnóstico, de intervención clínica y de
trabajo comunitario que incluya a los distintos actores, niño/as, padres y
madres, profesorado y otros.
Esperamos haber brindado algunos elementos de análisis que permitan


enfrentar mejor los retos actuales de esta problemática.

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